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Domingo 30 de noviembre, Tiempo de Adviento
Jesús dijo a sus discípulos:
“Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada”.
Palabra del Señor
Reflexiona el Evangelio con la guía de Fray Dailos Melo González (OP) del Real Convento de Nuestra Señora de Candelaria, Tenerife, España:
Quizás este Adviento podríamos hacernos una pregunta sencilla pero exigente: ¿En qué me he dormido?
Tal vez en la rutina de la fe, en la falta de tiempo para Dios, en el descuido de la familia, en la indiferencia ante los que sufren. Despertar no siempre es cómodo, pero es el comienzo de una vida nueva.
El Adviento nos ofrece cuatro semanas para reorientar el corazón. Cada vela que encendamos en la corona será un recordatorio de la luz que Cristo quiere encender en nosotros. Cada lectura, cada canto, cada oración, será una invitación a dejar que su venida nos renueve por dentro.
No sabemos el día ni la hora -dice el Señor-, pero sí sabemos quién viene: Aquel que nos ama, que se hace niño, que comparte nuestra carne y nuestras lágrimas. Por eso, la vigilancia cristiana no es miedo, sino alegría confiada. Quien espera al Señor con fe no teme el futuro, porque sabe que el final de la historia será un abrazo.
Que este Adviento nos encuentre despiertos, atentos y agradecidos. Que sepamos descubrir la presencia de Cristo que viene a visitarnos cada día en los rostros de quienes nos rodean. Y que, cuando llegue la Navidad, no sólo tengamos listas las luces y los regalos, sino sobre todo el corazón abierto al Emmanuel, el Dios-con-nosotros.
Fuente: dominicos.org
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