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Jueves 21 de Julio, 2022

Este domingo 24 de julio celebremos a nuestros abuelos

 


En las Eucaristías de 12:00 y 19:00 hrs.

¡Los saludamos con mucho respeto y cariño!

Esta es una fiesta que busca reivindicar a una de las figuras más importantes en la familia: los abuelos y adultos mayores. 

El día para celebrarlos no es casual, es cercano al día de Santa Ana y San Joaquín, 26 de julio, padres de la Virgen María y, por tanto, abuelos maternos de Jesús. A ellos se les considera los "patrones" de todos los abuelos.

Aunque no se ha celebrado siempre. Fue la ONG Mensajeros de la Paz quien promovió esta festividad en 1998 (1). 

El Papa Francisco nos regala 9 pensamientos en su Mensaje para la II Jornada Mundial de los abuelos y Adultos Mayores (2):

1- La cultura del descarte: la vejez no es una “enfermedad”

La ancianidad a muchos les da miedo. La consideran una especie de enfermedad con la que es mejor no entrar en contacto. Los ancianos no nos conciernen —piensan— y es mejor que estén lo más lejos posible, quizá juntos entre ellos, en instalaciones donde los cuiden y que nos eviten tener que hacernos cargo de sus preocupaciones. Es la “cultura del descarte”, esa mentalidad que, mientras nos hace sentir diferentes de los más débiles y ajenos a sus fragilidades, autoriza a imaginar caminos separados entre “nosotros” y “ellos”. Pero, en realidad, una larga vida —así enseña la Escritura— es una bendición, y los ancianos no son parias de los que hay que tomar distancia, sino signos vivientes de la bondad de Dios que concede vida en abundancia. ¡Bendita la casa que cuida a un anciano! ¡Bendita la familia que honra a sus abuelos!

2- Ancianidad: se ofrecen planes de asistencia pero no proyectos de existencia

La ancianidad, en efecto, no es una estación fácil de comprender, tampoco para nosotros que ya la estamos viviendo. A pesar de que llega después de un largo camino, ninguno nos ha preparado para afrontarla, y casi parece que nos tomara por sorpresa. Las sociedades más desarrolladas invierten mucho en esta edad de la vida, pero no ayudan a interpretarla; ofrecen planes de asistencia, pero no proyectos de existencia [1]. Por eso es difícil mirar al futuro y vislumbrar un horizonte hacia el cual dirigirse. Por una parte, estamos tentados de exorcizar la vejez escondiendo las arrugas y fingiendo que somos siempre jóvenes, por otra, parece que no nos quedaría más que vivir sin ilusión, resignados a no tener ya “frutos para dar”.

3- Envejecer a la luz de la fe es una bendición

El final de la actividad laboral y los hijos ya autónomos hacen disminuir los motivos por los que hemos gastado muchas de nuestras energías. La consciencia de que las fuerzas declinan o la aparición de una enfermedad pueden poner en crisis nuestras certezas. El mundo —con sus tiempos acelerados, ante los cuales nos cuesta mantener el paso— parece que no nos deja alternativa y nos lleva a interiorizar la idea del descarte. Esto es lo que lleva al orante del salmo a exclamar: «No me rechaces en mi ancianidad; no me abandones cuando me falten las fuerzas» (71,9).

Al llegar la vejez y las canas, Él seguirá dándonos vida y no dejará que seamos derrotados por el mal. Confiando en Él, encontraremos la fuerza para alabarlo cada vez más (cf. vv. 14-20) y descubriremos que envejecer no implica solamente el deterioro natural del cuerpo o el ineludible pasar del tiempo, sino el don de una larga vida. ¡Envejecer no es una condena, es una bendición!

Continúa leyendo el mensaje, descargando el adjunto al final de la nota.

(1) ACIPrensa
(2) Zenit.org





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