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Viernes 14 de Octubre, 2016

Ante la angustia de muerte, confía en Dios, confía en tus hermanos

 


Carta de nuestro Cardenal

El Cardenal arzobispo de Santiago Ricardo Ezzati Andrello a través del periódico Encuentro nos ánimo a vivir las dificultades de la vida con esperanza y confianza en Dios, ya que Él “cumple su promesa por medio de personas que son mediadoras de esa esperanza”.

En ese mismo sentido, llamó a testimoniar lo bello de la vida, ya que “cuando se hace un balance de ella, lo bello es mucho más grande que el dolor, la enfermedad o los problemas” escribió.

Ante la angustia de muerte, confía en Dios, confía en tus hermanos

Hoy te escribo a ti, que sufres un dolor o un sin sentido de la vida que te hace pensar que no hay razones para seguir existiendo. Somos hermanos en el dolor. La prueba, tal como la sufrió Jesús, la sufrimos cada uno de nosotros. Nuestra vida es siempre una vida probada. Y es que las pruebas vienen de las circunstancias de la vida, de la historia que nos rodea, de nuestra misma situación humana.

 

Jesús también experimentó el dolor y la angustia. “Padre, si es posible que pase de mí este cáliz”, decía en el huerto del Getsemaní cuando lo invadió una angustia de muerte, antes de su crucifixión. Pero la confianza en el amor y la promesa de su Padre es tan grande, que le permite superar la dificultad más angustiosa de la vida. La supera con la confianza “En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu”.

Hace algunas semanas, en el Te Deum, recordaba una expresión del papa Benedicto XVI, quien decía que la esperanza tiene que ser mucho más grande cuando las dificultades son mayores y van creciendo: una esperanza tan grande, que me permita superar -con dolor, y a veces con la angustia de la cruz-, también los problemas que se enfrentan en la vida.

Siempre, me parece fundamental la ayuda que proporciona la fe. Mientras más difíciles sean las pruebas, más fuertes deben ser la fe y la esperanza para superarlas.

La esperanza que en estos casos tan extremos podemos ofrecer a las personas que viven la angustia de muerte, es la que se ha hecho historia de nuestro caminar. No es simplemente decir: “No te preocupes, Dios proveerá”. Dios provee a través de nuestro corazón, de nuestros brazos, de nuestra solidaridad. En todo el arco de la Sagrada Escritura, se nos narra que Dios cumple su promesa por medio de personas que son mediadoras de esa esperanza. El que disminuya el número de personas que se quitan la vida por haber perdido el sentido de la existencia, es también un problema ético que nos involucra a todos.

También en este sentido, la Iglesia estimula y apoya la inteligencia de quienes, habiendo profundizado y estudiado la medicina, pueden ofrecer las terapias necesarias para apoyar a quienes enfrentan y padecen dificultades que llevan a consecuencias tan dramáticas.

Dios da su gracia abundante, la regala y la pone a disposición de todos; pero Dios no es un talismán mágico que resuelva los problemas de la siquis humana. En estos casos, debiera converger la acción de tres actores: Dios que regala esperanza y fortaleza a quien se la pide; la persona involucrada, llamada a enfrentar lo difícil de la propia prueba; y, en tercer lugar, la solidaridad de quienes están invitados a hacerse “vecinos” con la cercanía y el profesionalismo de las ciencias humanas.

 

Pedagógicamente, desde la niñez y en la medida que va creciendo, es necesario infundir esperanza y testimoniar lo bello de la vida. Sí, la vida es bella, es un don, y cuando se hace un balance de ella, lo bello es mucho más grande que el dolor, la enfermedad o los problemas.

La vida es un don que nos viene de Dios a través del amor de los padres; un don al que va asociada una misión, que también es bella.

Cuando nos hacemos capaces de reconocerlo, sentiremos el estímulo que nos convierte en “artesanos”, es decir, en forjadores de esa motivación que nos abre al futuro, con la esperanza cierta de estar levantando la obra más bella que se pueda soñar: la propia vida en comunión con los demás.

 

A quienes se sientan tentados de interrumpir esta noble tarea, los invito a no aislarse, a pedir ayuda, a levantar los ojos: Dios es más grande que cualquier problema. Y las puertas de la Iglesia de Santiago están abiertas para acogerlos, escucharlos y tenderles una mano. Con humildad y afecto.

Cardenal arzobispo de Santiago Ricardo Ezzati Andrello

Fuente:

Encuentro Octubre 2016/ Número 116

Página 7

 

 

 




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