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Martes 23 de Agosto, 2016

"Gracias a ti pude conocer el amor del Padre Dios"

 


Testimonio anónimo de una madre

En las siguientes líneas podrás leer la historia y las palabras de una mujer, miembro de la Parroquia, que quiere contar su testimonio. 

Ella tuvo tres hijos y los dos mayores nacieron con microcefalia. Ambos tuvieron un daño cerebral muy profundo, el mayor nunca se pudo poner de pie ni hablo.

La segunda, una niña, tuvo un daño un poco más leve, llegó a caminar y decía algunas palabras, pero no más de eso.

Los médicos pronosticaron unos 12 a 14 años de vida; el mayor vivió hasta los 32 años y la niña murió unos meses antes de cumplir los 50 años.

El tercer hijo de ella nació completamente sano. Nos cuenta que está casado y que hoy tiene dos nietos, de 17 y 20 años.

Cuando su hija estaba estaba muy grave, con una neumonía que se le había complicado, ella decide escribirle una carta, aunque ella jamás la podría leer ni comprender, pero como nos cuenta lo hizo y al día siguiente, ella murió.

Quiere compartir con nosotros esas palabras para acompañar a todos los padres que tienen hijos enfermos. Para que puedan comprender el sentido del dolor y saber que Dios está ahí en cada paso con nosotros y siempre.  

Acá les compatimos la carta completa: 

Mi niñita tan querida:

No sé que sentido tiene escribirte esta carta que tú nunca podrás leer. Quizás es la necesidad de expresar todo lo que siento en mi corazón; o quizás, es la idea de que de alguna manera hay una misteriosa forma de comunicación entre las personas que se quieren.

Verte tan enferma me ha hecho recordar todo lo que he vivido junto a ti. Cuando naciste y supe de tu enfermedad sentí todo el dolor que puede sentir una mamá: mi segunda hija también había nacido enferma. Pero no es eso lo que me ha venido a la mente en estos días. Es más bien, toda la alegría que tu me has dado, mi niñita querida.

He ido recordando diversas etapas de tu crecimiento y veo como esa vida tuya, que al comienzo creí tan sin sentido, fue obrando milagros a tu alrededor.

La alegría que nos daba a cuantos te queríamos al ver cada avance tuyo, por pequeño que fuese. Tus primeros pasos a los cinco años fueron para nosotros como si hubieras escalado el Everest. Tus primeras palabras, cuando dijiste “mamá” y “papá”, cosa tan natural en cualquier niño, pero un milagro para nosotros. Cada progreso era vivido con un gozo tan grande de parte nuestra.

Ahora, en esta loca carta, quiero contarte lo que ha sido más importante para mí, lo que tú, mi niñita, has significado para mí.

En primer lugar, gracias a ti pude conocer el amor del Padre Dios. Quizás te parezca raro esto que te digo, pero fue tu vida la que me hizo aprender a ponerme en los brazos del Padre confiando en su amor. No entendía el sentido de lo que pasaba, pero aprendí a entregarme y decir: “Aquí me tienes Señor; has de mí lo que tú quieras”. Es cierto que tuve momentos de mucho enojo, de rebeldía, pero los viví siempre con el Señor. Sentía que Él me sostenía en los momentos más duros; que nunca estuve sola, ni siquiera en las circunstancias más difíciles.

Y tú, mi niñita, me enseñaste a querer sin esperar nada. Gracias a ti pude sentir que, de cierta manera, había entendido lo que es el amor gratuito de Dios por nosotros, ese amor que no depende de nuestros méritos ni capacidades. Ese amor de Dios que no puede dejar de amar a sus hijos porque es Padre.

Así aprendí a quererte yo a ti: te quiero porque soy tu mamá y porque el solo verte llena mi corazón de ternura.

Y este cambio producido en mi corazón lo pude ver en tantas personas que te conocieron a ti. Efectivamente, con tu inocencia fuiste haciendo milagros por donde pasabas. Tu carita sonriente, los besos que dabas y que tu misma celebrabas cuando decías: “¡Rico! “, iban conquistando los corazones de cuantos te conocían. Con tu personita ibas agrandando esos corazones. Y yo he tenido el regalo de ver esto y descubrir así, el sentido que ha tenido tu vida.

Por todo esto, ahora que te veo tan enferma, a pesar de la pena de verte, siento mucha paz.

Si el Señor quiere llevarte con él, comenzarás a vivir la vida en plenitud que no pudiste tener aquí. Correrás en el cielo jugando junto a tu hermano Toñito como tu le decías. Y será tu papá el que te reciba en sus brazos, tu papá que tanto te quiso y a quién tu quisiste como a nadie. Y el Padre Dios, junto a Jesús te regalonearán como a una hija predilecta. Y tu mamá será María que te dará un amor muchísimo más grande que el que yo pude darte en esta vida. Esta certeza me llena de paz y esperanza en medio de la pena.

Pero si el Señor no quiere llevarte aún, yo sólo le pido que nos dé a mí y a tu nana la fuerza para cuidarte siempre con amor.

Termino esta carta dando gracias a Dios por haberme dado este regalo que has sido tú, mi niña querida.

Te abrazo y beso con todo mi amor

Tu mamá.




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