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Viernes 21 de Febrero, 2020

Monseñor Celestino Aós: “La crisis en sí no es buena ni mala. Dependerá de lo que con ella hagamos”

 


Dijo en su primera entrevista como Arzobispo de Santiago

El pastor de la Iglesia de Santiago analiza el tiempo presente en la sociedad chilena como una “oportunidad para amar, para descubrir algunas verdades y realidades, para corregir lo que es hipócrita o injusto y para reordenar programas y actividades”. Agrega que “la renovación profunda, los cambios verdaderos, vienen de adentro, de colocar a Jesucristo en el centro de nuestra vida y en nuestra sociedad”.

Estas definiciones y parte de su biografía, en la siguiente entrevista

¿Cómo recibió el nombramiento de arzobispo de Santiago?

"Pon tu confianza en el Señor y Él te confortará", decía san Francisco de Asís al fraile a quien encomendaba una nueva misión. Eso trato de hacer. Reconozco que incluso antes, cuando me comunicaron que el Papa pedía mi asentimiento para ser administrador apostólico (marzo de 2019), sentí desconcierto, pero ¿podía negarme a lo que Dios me manifestaba?

¿Cómo evalúa los nueve meses previos a ser arzobispo, en su servicio de administrador apostólico?

Me encomendaron el Evangelio y mi empeño -con la gracia de Dios- de amar y servir a todos por amor a Jesucristo; la claridad de que debo buscar ser el pastor de todos; y la evidencia de que el obispo no lo hace todo, sino que él es parte de la Iglesia que peregrina en Santiago. La situación es delicada, pero la Iglesia es de Jesucristo y merece todo nuestro amor y nuestro mejor servicio. No es la hora de los mirones y habladores, de los que todo lo critican y nada proponen ni hacen. "Haced, haced; basta ya de hablar", son también palabras de san Francisco de Asís. Jesucristo nos pide un cambio profundo, lo que llamamos conversión. He ido conociendo diferentes realidades de personas y comunidades; estamos evaluando y ya se han producido algunos cambios que se manifestarán plenamente cuando comience el nuevo curso pastoral.

¿Cómo ve la crisis social y el rol de una Iglesia con bajos índices de confianza institucional?

Serán los sociólogos y los expertos quienes nos den análisis y evaluaciones de la llamada crisis social, así como de la desconfianza en las instituciones. Como cristiano, como sacerdote y como obispo sé que también Dios está con nosotros en este momento, y que cada problema y crisis nos trae un desafío y una oportunidad de amar. Se trata de ser cristiano hoy y en Chile. La crisis en sí no es buena ni mala; es crisis. Dependerá de lo que con ella hagamos. Es una oportunidad para descubrir algunas verdades y realidades, para corregir lo que es hipócrita o injusto, para reordenar programas y actividades; oportunidad y desafío. ¿Qué valores tenemos de verdad en el corazón? ¿Por qué tanto enfrentamiento, ensañamiento, deseos y condenas a muerte? Me duele la violencia, toda violencia, precisamente por los años ya vividos y por la plena convicción de que con la violencia no se construye un Chile mejor, y de que resultan temibles quienes creen que cualquier medio es legítimo para lograr sus deseos.

¿Cómo cree que se puede avanzar hacia el diálogo y la paz social?

Los acontecimientos de estos últimos tiempos han sido duros y amargos, se ha mostrado otra cara de nuestra sociedad, ha quedado patente la fuerza destructora del mal y, a la inversa, la fuerza constructora de quienes hacen el bien, aunque sin estridencias ni exhibicionismos. Destacaría la bondad de la gente, su anhelo de justicia y de verdad, su capacidad de trabajo y solidaridad, su fe profunda en Dios y su amor a la Iglesia. La renovación profunda, los cambios verdaderos vienen de adentro, de colocar a Jesucristo en el centro de nuestra vida y nuestra sociedad, de relativizar lo secundario y valorizar lo importante que siempre es la persona y la vida humana.

¿Qué espera de su servicio como arzobispo de Santiago?

Pido a Dios y espero no perder nunca el horizonte pastoral porque la entrega a Jesucristo en los hermanos es lo que da sentido a mi vida. Las actividades son muchas, variadas, urgentes, y podrían llevarme a un activismo que se midiera con parámetros de éxito humano. Pero, como decía el apóstol: "Si no tengo caridad...". Lo apunté a mi llegada y lo he repetido en la homilía de la misa de mi toma de posesión: trabajar juntos en colaboración eclesial, valorar cuánto hacen los demás y tratar de amar y servir a todos. No sé si serán pocas o muchas las cosas que haremos en este tiempo; sí quiero que estén siempre llenas del deseo de amar y servir a todos. El Señor nos invita a descubrirlo preferencialmente en el rostro de los pobres, los vulnerables, los descartados.

¿Cómo reavivar el impulso misionero con ellos?

Algunos pobres y descartados los tenemos a nuestro lado en las calles y plazas; hay otros pobres y descartados invisibilizados, por ejemplo, en hogares especializados o en las cárceles. Cuando he hecho esta pregunta, la respuesta que me han dado las parroquias e instituciones eclesiales ha sido enormemente enriquecedora: comedores, dispensarios, casas de acogida, residencias de ancianos, hogares de niños, etcétera. Son muy numerosos. Y son admirables los hermanos y hermanas que día a día los sirven. Necesitamos personas que se comprometan a entregar una parte de su tiempo o una parte de sus recursos, pero no sólo ocasionalmente, sino de forma más regular y continuada. También eso es hacer misión. Y eso desgasta y cansa. Solo con la gracia de Dios, solo viendo en esas personas a Jesucristo podemos ir más allá de las proclamas o quejas: lo hago porque en usted veo a Jesús, mi Señor. Como Iglesia sufrimos porque damos cuanto podemos, pero no alcanzamos a mantener todas las obras, sino que tenemos que reducirnos o cerrar... Duele. Y debemos optimizar nuestros recursos y deberemos buscar colaborar con otras iglesias o confesiones.

De Artaiz a Santiago

Celestino Aós Nació el 6 de abril de 945 en Artaiz, Navarra, España. Cursó la enseñanza básica y media en la Escuela Nacional mixta de su pueblo. El 16 de agosto de 1955 ingresó como aspirante en la Orden de los Frailes Menores (O.F.M.) Capuchinos en su tierra natal.

¿Qué recuerdos tiene de su familia?

Tengo la bendición de una familia numerosa y profundamente religiosa. Mis padres fueron Felisa y José. Mi mamá, trabajadora de su casa y mi papá, electricista. Soy el quinto de ocho hermanos, cuatro mujeres y cuatro varones. Supimos de la sencillez y la pobreza, precisamente en los años de la postguerra española y de la europea. Vivimos del esfuerzo y aprendimos a colaborar y a tener que superar socialmente las heridas de la guerra civil, horror de destrucción entre hermanos.

¿Cómo nació su vocación religiosa?

Era muy niño y sentía el anhelo de ser misionero, al estilo de san Francisco de Javier, paisano navarro. Pero no pensaba en entrar a los jesuitas, aunque tampoco mi opción primera eran los capuchinos. Dios dispone: en mi pueblo había un capuchino sacerdote y otros padres y hermanos capuchinos que iban a predicar, confesar y recolectar limosna. Postulé y me admitieron en los capuchinos. Al llegar al seminario me pareció inmenso y encontré asombroso que hubiera ciento cincuenta muchachos juntos y en el mismo empeño de ser "capuchino, misionero y santo". Yo era el más joven de todos.

¿Cómo recuerda su formación y primeros años de sacerdocio?

Trece años de formación parecían una eternidad: cinco años en el seminario menor, tres años de filosofía, un año de noviciado y cuatro de teología; y luego de recibidos, aún tuvimos otro año de pastoral en régimen de internado. El 15 de agosto del 1964 terminé mi noviciado y profesé como religioso capuchino. El 30 de marzo del 1968 fui ordenado sacerdote. Después de un año de pastoral, serví como profesor y educador en el Colegio de Nuestra Señora del Buen Consejo, en Lecároz, y vicario cooperador en la parroquia Madre del Buen Pastor, de Tudela. Volví después a los libros y a las clases, primero en la Universidad de Zaragoza y luego en la Universidad Central de Barcelona, donde obtuve el título y el grado de Licenciado en Filosofía, en la especialidad de Psicología.

¿Cuál ha sido su experiencia pastoral en Chile?

Becado para una investigación, llegué a Chile en 1980. Estuve adscrito a la U. Católica. A mi regreso a España fui nombrado rector del Colegio San Antonio, de Pamplona, y pasé dos años como vicario cooperador en la parroquia San Francisco de Asís, de Zaragoza. Volví a Chile en 1983. Ya conocía Chile y a nivel eclesial y capuchino era un tiempo de promisoria primavera: numerosos aspirantes a la vida religiosa e inquietud renovadora. Pensaba que podría prestar alguna ayuda durante unos cinco años y, luego, o regresar a España o buscar otro destino. El 1983-1984 serví en la parroquia y las capillas de Longaví. Pasé en 1984 a Los Ángeles como superior y ecónomo de la comunidad. En 1993 me llegó como destino Viña del Mar. El 2009 volví a Los Ángeles como vicario parroquial. Fui consagrado obispo el 18 de octubre de 2014 y me llega el nuevo destino: Copiapó. El 2019 nuevo servicio, en Santiago de Chile

"Paz y bien", el saludo de San Francisco de Asís ¿qué resonancias tiene para usted en el contexto actual de la Iglesia que peregrina en Chile?

Es pobreza, porque ninguno de nosotros anda desbordante de paz como para regalarla a los otros, ya que uno se presenta diciéndole "hermano, la paz que yo tengo la comparto contigo". Es riqueza, porque Dios es la Paz y uno le dice "hermano, te deseo que Dios esté contigo, que Él/Paz te acompañe". Es compromiso: nos encontramos y vamos a influir el uno en el otro con nuestras palabras, con nuestras acciones: quiero que juntos trabajemos y construyamos la paz... El bien que Dios nos regala y no podemos perder es nuestra dignidad, dignidad que culmina en Jesucristo, que es el verdadero bien, o sea, "hermano, que te comportes dignamente, que yo sepa respetar tu dignidad, que todos te quieran y respeten como un bien". Paz y bien, da para meditar mucho. Y san Francisco decía a sus compañeros: "Que la paz que anunciáis de palabra la tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones. Que ninguno se vea provocado por vosotros a ira o escándalo, sino que por vuestra mansedumbre todos sean inducidos a la paz, a la benignidad y a la concordia. Pues para eso hemos sido llamados: para curar a los heridos, para vendar a los fracturados y para corregir a los equivocados". En un momento de desconcierto, de violencia, de enfrentamiento: Paz y Bien.

¿Cómo le gustaría ser recordado en su servicio como arzobispo?

Como un sacerdote que trató de amar y servir a todos por Jesucristo.

Fuente: Periódico Encuentro

 




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